Cada invento tiene su historia, más o menos truculenta pero a menudo alejada de los eslóganes que se utilizan para que los compremos. Desde los motores eléctricos hasta el microondas, cada uno de estos
utensilios esconde anhelos, fustraciones y éxitos inimaginables de antemano. Es el caso, por ejemplo,
de la verdadera historia de los orígenes de los lavavajillas, que coloca en un lugar estelar este útil y bien
apreciado electrodoméstico.
Desde que tuve conocimiento de este episodio, me permito preguntar, a menudo y a quien se deja, si sabe
quién invento el lavavajillas. Normalmente me dicen que no y yo, con una sonrisa que intenta ser provocadora, les digo que fue una mujer de nombre josephine Cocharane. Rápidamente, la mayoría de mis
interlocutores se muestran comprensivos y dicen que claro, que debía ser alguien cansado de lavar platos.
Pues no, la verdadera razón que motivó a la señora Cocharane a hacer su invento era que estaba harta
de que el servicio le rompiera piezas de una porcelana china que había sido propiedad de la familia que
había sido propiedad de la familia desde tiempos inmemoriales. Esta preocupación por salvar la vajilla
la llevó a desenterrar muchos de los conocimientos de mecánica que había aprendido de su padre, ingeniero
de profesión y que se llevaba trabajo a casa, y es así como inventó y patentó, en 1886, los lavavajillas
mecánicos.
No todo termina aquí, hay un segundo factor que la llevó a fabricar e intentar vender muchas de estas
máquinas: la muerte repentina de su marido, que la dejó en una más que precaria situación económica que
la obligó a emplear todos sus recursos para desenvolverse sola. Un tipo de necesidad, imaginación y
conocimento informal y otro tipo de necesidad son los factores clave de este invento, el lavavajillas
que ha servido para mejorar las condiciones
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