dimarts, 27 de gener del 2015

Aprender a mirar

Lo más importante para cualquier artista es aprender a mirar. La poesía siempre nace de una mirada, porque los versos, las metáforas, los adjetivos precisos, las palabras mágicas, los juegos y los cambios de sentido son una forma especial de ver el mundo. Hay gente que anda por la calle sin curiosidad, con los ojos cerrados y los oídos más duros que una piedra, como si no les interesara nada de lo que pasa a su alrededor. Algunas personas pueden vivir muchos años en un edificio sin enterarse de cómo se llama el perro del vecino, la hija del portero, el señor de la tienda de la esquina. Nunca saben el número de hormigueros que hay en el callejón, ni conocen los árboles del parque que tienen nidos. Cuando entran en una cafetería, no se quedan colgados de las conversaciones de la mesa de al lado. Y mira que són siempre entretenidas las mesas de al lado, con hombres y mujeres que cuentan historias rarísimas de sus familias y parejas de novios que se dan besos y se dicen palabras cursis, a veces demasiado cursis, mirándose a los ojos. Es muy importante aprender a mirarse a los ojos y aprender a mirar el mundo. Porque tampoco basta con la curiosidad. Los artistas son unos tipos muy curiosos que han aprendido a mirar bien y a contar lo que han visto con sus propios ojos. Los poetas también miran mucho las palabras que utilizan, pero sobre eso hablaremos luego. Ahora estamos hablando de la curiosidad y de aprender a mirar bien. Primer consejo: que no se note que estás oyendo o mirando, porque las personas de la mesa de al lado suelen enfadarse mucho y callarse cuando notan que las espiamos. Un indiscreto es un curioso tonto, y nosotros no podemos ser tontos, porque acabaríamos escribiendo en diminutivo sobre los animalitos. Segundo consejo: saca tus propias conclusiones. Hay por ahí mucha gente que va vestida de rey o de explorador de selvas peligrosas o de multimillonario con minas de diamantes...y luego nada de nada. A veces las cosas no son lo que parecen. Podemos llevarnos muchas sorpresas, porque la realidad tiene mucho de teatro y está llena de cambios imprevistos. El verano se hace otoño y hay que volver sin más remedio al colegio, el otoño se hace invierno y debemos encender la calefacción, el frío se vuelve de pronto primavera y los jardines estallan como un petardo de flores y de parejas de novios que se miran a los ojos. Debemos tener cuidado con los disfraces del mundo y con lo que cuenta la gente en la mesa de al lado. Aprender a mirar y a oír significa aprender a sacar nuestras propias conclusiones. Y significa también aprender a darnos cuenta de muchos detalles, de muchos cambios en el disfraz de las calles y los jardines, que un día se visten de verano y otro de otoño. Ocurren muchas cosas que nos pasan desapercibidas por falta de curiosidad. Vamos a inventarnos a un niño muy curioso que está aprendiendo a mirar. ¿Qué nombre le ponemos? Juan, le ponemos Juan como su padre, y así nos inventamos también al padre del niño curioso que está aprendiendo a mirar. Como todos los días que tiene colegio, Juan se ha levantado esta mañana a las ocho menos cuarto. Es muy curioso, un verdadero mirón, así que ha estado mirando la cara de su padre mientras le preparaba el desayuno. ¡Qué ojeras! Su padre no ha dormido bien se le ponen los ojjos como dos charcos de agua morada. Tal vez estuvo trabajando hasta muy tarde, tal vez estuvo en una fiesta y no se acostó a su hora. El caso es que esta mañana se ha tomado dos cafés, con los ojos como dos charcos de agua morada. Conclusión: el padre de Juan no estará de buen humor, porque la falta de sueño es igual que un enfado que se mete en la cabeza, una travesura del reloj despertador que nos pone la zancadilla y nos hace levantarnos indignadísimos. GEMMA