Tal vez los hechos, sus hechos y los míos, ya lo digan todo. La es ilógica en si misma, grotesca en su origen y en su fin.
En la pubertad queremos, a toda costa olvidar la infancia, dejarla atrás cuanto antes, lejana inexistente
vergonzante luego, superado el luego, superado el largo, caóticoy estupido periodo de la mocedad, esa
sucesión de años absurdos, nos desvivimos en reiventarla, en intentar recuperar briznas de la niñez perdida.
Pero es una pretensión casi imposible. Quedó echa añicos. Hay a quien eso le trae sin cuidado, porque
nunca fueron niños o no llegaron a gazar de serlo. Pero otros, lloran con enorme desconsuelo al darse
cuebta, al descubrir que realmente consiguieron olvidar. Y así seguimos adelante desmemoriados eterna
y secretamente afligidos, más solos. Así hasta le vejez,si hay suerte, dicen. En ella caemos doblados
desbaratados, descosido, sin pretenderlo, conseguimos recordar todo aquel gozo incondecuente de ser
niños. Qué impiedad. La caprichosa inocencia, aquella que despreciamos, nos reencuentra ya vencidos,
para regodearse en la venganza. Estas muerto, nos dice, o morirás pronto, maldito. Nada queda de ti de
quien fuistes a mi lado. Nada queda de ti cuando tú eras yo, de mí cuando yo era tú. Y ese niño inhumano
que nos acompaña inerte, que rehúsa los abrazos, que desecha la ternura o la clemencia, nos susurrará al
oido hasta el último instante, hasta el último aliento, recordándonos todo lo que malgastamos, todo lo que
derrochamos, todo lo perdido en décadas de vacio. Los días, todos los días vividos entre gozos y
desdichas, terminan convirtiéndose en olvido, y desde allí van oprimiendo el corazón afligiendo el alma de
una u otra manera .
Daviz Cantero periodista.
sole
dimarts, 30 de juny del 2015
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